martes, 28 de julio de 2009

Breve historia del Hospital Pirovano


Por Federico Pérgola

A fines del siglo pasado, aunque no suficientemente poblado, Belgrano estaba constituido por una extensa zona surcada por los arroyos Vega y Medrano. Esos escasos vecinos –que iban aumentando en número– necesitaban una posta médica, una sala de primeros auxilios, destinada a enfrentar las afecciones agudas y los accidentes de la peonada de las quintas y del turf.

Una ordenanza municipal del 6 de noviembre de 1889, autorizó la adquisición de un terreno para fundar la Casa de Socorro de Belgrano. El intendente Francisco Seeber se lo compró a los hermanos Francisco y Tomás Chas. Pero como tantas veces ocurrió en nuestro país, no fue fácil. Desavenencias, deliberaciones, largas charlas y poca ejecutividad, empantanaron los buenos propósitos. Finalmente, ante la gestión del intendente Pinedo que nombró una comisión y la Sociedad de Beneficencia local, transcurridos varios años, se colocó la piedra fundamental el 26 de agosto de 1894. El presidente Luis Sáenz Peña y su esposa apadrinaron el acto. El nuevo barrio, incorporado pocos años atrás al distrito de la Capital Federal, era tomado muy en cuenta por las autoridades.


















La construcción comenzó por lo que constituye el frente actual del Hospital Pirovano, sobre la calle Monroe. Hasta ese momento se llamaría Hospital de Belgrano, señalando claramente a la población que serviría. Pero en 1895, el doctor Señorans, en ese entonces director de la Asistencia Pública, gestionó el cambio de nombre: se denominaría Pirovano, en homenaje al distinguido cirujano argentino
El 13 de julio de 1896, el Hospital Pirovano, que constaba del pabellón de Administración y dos salas designadas Martín García y González Catán, fue inaugurado. Tenía una capacidad de poco menos de medio centenar de camas: 20 para hombres, 20 para mujeres y seis para niños.
Su primer director fue Arturo Billinghurst, su clínico jefe Nicolás Ramallo y su primer cirujano Miguel Juan Petty. Estos dos últimos médicos asistieron en la Estación Sanitaria de Belgrano a los enfermos de la epidemia de fiebre amarilla de 1896. Belgrano se vio acosada por la peste y el primero en morir fue Santiago Saccone, de 42 años, que vivía en la calle Primera (actualmente Arribeños) 1.571 que enfermó el 23 y murió el 27 de febrero.



















En 1897, es decir un año después, la necesidad creciente obligó a anexar dos barracas de madera que se habían desarmado en el Hospicio de las Mercedes. Cuesta creer que apenas ha pasado un siglo de tal precariedad. Esto justifica que 50 años después, parte de Belgrano tuviera ese tono orillero. Con estos dos pabellones de madera, el Pirovano aumentó su capacidad a 136 camas.
En 1904, estas dos barracas fueron retiradas y destruidas. En ese año comenzaría a trabajar el primer practicante: Arturo Soldini. Dos años después se inauguraron nuevos pabellones que configuraron las salas III, IV, V y VI, el pabellón de las hermanas de caridad, la cocina y un anfiteatro.
Los servicios estaban a cargo de los siguientes médicos: Sumblan, sala I; Nicolás Ramallo, II; la sección ginecología Marcelo Viñas y obstetricia Enrique Pardo, III; Fortunato Canevari, IV; Juan Emina. V y Aquiles Pirovano, la VI.

Con los 10.000 pesos que donó Rosa V. de Bancalari se agrandó la sala V, que así quedó convertida en el pabellón de cirugía con todas sus dependencias y el material quirúrgico que brindó el mismo Emina. Por su parte, la otra sala de cirugía –la VI– fue favorecida por el material quirúrgico que donó la señora de Ignacio Pirovano.
Cuando en 1907 Zubizarreta ocupó la jefatura de oftalmología, otorgó al hospital todo el instrumental necesario para el desarrollo de su especialidad.
En 1909, Elías Aráuz inauguró el consultorio de otorrinolaringología que desde esa fecha tuvo eminentes médicos como jefes de sala. Por esa época se establecen los servicios cloacales, tan necesarios en la vida de un hospital por razones obvias que no hace falta mencionar.
Paso a paso, disciplinadamente, el Pirovano creció con su gente. Aumentó la población y, en proporción directa, se engrandeció el hospital o bien –cosa que también influye en el progreso– se perfeccionaron sus servicios y se los aprovechó al máximo. En 1906, se incorporó el Laboratorio Central (ampliado en 1926). En 1911, se nombró el primer odontólogo: Pedro de la Torre. En 1914, se inauguró la maternidad y, en la mitad de la sala que había quedado liberada por ese traslado, se conformó una sección de pediatría, nombrándose jefe a Juan Passicot, con Mariano Etchegaray como encargado. En 1922, los odontólogos empezaron a trabajar en el pabellón Jockey Club, recién habilitado. Hasta ese momento lo habían hecho en el pabellón de la Administración. En 1928, se inauguraron las salas XI y XII, y los servicios de oftalmología (funcionaban solamente los consultorios externos) y de piel y sífilis.














El 30 de septiembre de 1931, con el liderazgo de Fortunato Canaveri, Enrique Boero y Antonio Cantó se fundó la Asociación Médica del Hospital Pirovano –el primero de los nombrados fue designado presidente– que unos años más tarde habilitó una biblioteca que reunió 6.000 libros, cuatro salones de lectura, un salón de actos y un aparato de proyección. Estaba –en ese entonces– suscripta a 325 revistas científicas del país y del exterior. La comisión de homenaje al Dr. Emina entregó 369 libros para el salón de la misma bautizado con su nombre.
En la década del 40, con el clínico Fortunato Canevari como director, el Hospital Pirovano tenía una importante construcción edilicia: en el predio de dos manzanas delimitadas por las calles Monroe, Pedro Ignacio Rivera, Roque Pérez y Melián, se alineaban –en dos filas– 10 pabellones; en su frente se hallaban la Administración –en el centro–, la sala de Guardia y la de vacunaciones; en la parte posterior cerraba el edificio un pabellón de tres plantas que se extendía por toda la cuadra.
Solamente en 1940 se habían efectuado casi 288.000 consultas y unas 5.000 intervenciones quirúrgicas. El número de internados había llegado a 8.566 enfermos. En ese mismo año los jefes de las diversas salas eran: Luis Resio, Cándido Patiño Mayer, Juan B. Cestino, Gerardo Segura, Pedro O. Bolo, Domingo H. Berevaggi, Aquiles Pirovano, Octavio Pico Estrada, Adolfo Muschietti, Fortunato Canevari, Amadeo Natale, Daniel A. Rojas, Narciso D. Lugones, Juan de la Cruz Correa y Carlos Piccardo.
Poco más de siglo y medio habían cambiado al barrio de Belgrano. Cuando Juan Manuel de Rosas fue gobernador de Buenos Aires adquirió las tierras que circundaban el arroyo Maldonado. Esa zona se conocería como “Palermo de San Benito” y “los alfalfares de Rosas”. Tierras con buenas pasturas para la hacienda vacuna y la caballada del Restaurador. Esos predios correspondían a lo que hoy es Belgrano. “El bañado de Palermo” fue el bajo Belgrano.


El material fotográfico pertenecee al archivo del Instituto de Historia de la Facultad de Medicina de la UBA, cedido con gentileza por su director y autor del presente artículo, el Dr. Pérgola.

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